Claudia Vásquez Aquino, la bordadora de Claudia Sheinbaum; “una presidenta nos empodera a todas”, dice

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CIUDAD DE MÉXICO.- En 1995, cuando Claudia cursaba el sexto grado de primaria en la escuela Revolución del municipio zapoteco de Santa María Xadani, nunca imaginó, confiesa, que algún día, una mujer llegaría a la Presidencia de la República Mexicana. Menos vislumbró, dijo, que 29 años después, ella bordaría el vestido para la toma de protesta de la primera Presidenta.

“Tenía 12 años de edad, sacaba mi mesita de madera frente a la casa y vendía naranjas. Ya bordaba, y solita pensaba que sería hermoso estudiar algo así como diseño de bordados. Era mi sueño, ante un gran miedo al ver que, a mis amigas las robaban para casarse. Así es la costumbre en Xadani. Resistí y aquí estoy, bendecida ahora por la oportunidad de la vida”, reveló.

Claudia Vásquez Aquino, titulada como licenciada en Administración de Empresas en el Tecnológico del cercano municipio istmeño de San Pedro Comitancillo, buscó las oportunidades en el mundo del diseño y bordado en la capital oaxaqueña, donde un día, en una de las ventas en exposiciones, fue contactada por lo que define como el “el equipo de la doctora Claudia”.

Vásquez Aquino, artesana originaria del municipio zapoteco de Santa María Xadani, comenta que la gente no tiene idea del gran esfuerzo que implica la laboriosidad de un bordado.
En una ocasión, los de ese equipo de la doctora Claudia Sheinbaum Pardo, le compraron un saquito y después un lienzo.

“Para mí, ese proceso importó porque valoraron mi trabajo. Gracias a Dios la oportunidad fue para mí, pero en todo el país hay mujeres artesanas indígenas, que están esperando oportunidades a partir del reconocimiento de sus trabajos, para que nadie les regatee.

“Yo confío que la presidenta Claudia hará realidad esa frase que dijo el día que tomó posesión: es tiempo de las mujeres. Para mí, no es una frase más. Es un compromiso que hace sentirme orgullosa de ver el futuro con esperanzas, porque sus palabras se van a transformar en hechos”, comentó.

“En mis tiempos, era un mundo de hombres”

Además del municipio de Santa María Xadani, hay decenas de comunidades indígenas en el Istmo, cuyos habitantes, mujeres y hombres, se dedican al bordado como fuente principal o complementario de ingresos, pero, sobre todo, porque tienen el arte desde su nacimiento. Hay técnicas de bordado y de tejido que aprenden de sus madres y sus abuelas.

En la comunidad zapoteca de Chicapa de Castro, que pertenece al municipio juchiteco, hay una mezcla de arte y resistencia en el bordado, que se conjuga con el canto en lengua materna que se niega a morir y lucha todos los días por sobrevivir.

Gisela Álvarez Fuentes, quien aprendió a bordar desde los 11 años y a los 14 vendió su primer trabajo, es protagonista del bordado y la rebeldía.

“Hace no muchos años, nunca imaginamos que una de mujer, una de nosotras llegara a la presidencia de México. Desde niña crecimos con la idea que nos inculcaban en el sentido de que la política era un mundo exclusivo para los hombres”, añade Gisela, también primera mujer de su pueblo en pisar escenarios en el mundo de la música desde 1998.

“Con una mujer en la presidencia, estoy segura de que las mujeres que viven en comunidades indígenas del país pensarán que es momento de que se rebelen contra las costumbres que impiden su participación en la vida política, dirán que es momento de que reclamen sus derechos de votar y ser votadas”, vislumbró Gisela Álvarez.

Esta mujer zapoteca, no duda en felicitar a su paisana Claudia Vásquez Aquino, por la confección del vestido que uso la doctora Sheinbaum al momento de jurar su cargo como Presidenta. A través de ella, miles de artesanas y artesanos del bordado se visibilizarán y su trabajo será revalorado.

“La presidenta Sheinbaum seguramente ayudará para que se cierre el ciclo de violencia que envuelve a las mujeres, y no sólo la violencia física, sino esa violencia que es incertidumbre para las mujeres que andan en búsqueda de sus hijos, sus esposos o hermanos porque una madre no puede perder la esperanza de hallar a sus familiares, con vida o no”.

Santa Rosa de Lima, un pueblo de bordadoras y bordadores

La comunidad de Santa Rosa de Lima, perteneciente al municipio zapoteco de San Blas Atempa, en el Istmo de Tehuantepec, tiene tres mil habitantes y un tercio de ellos, hombres y mujeres, se dedica al bordado.

Ahí nació Claudia Gutiérrez y no hay vivienda donde no esté presente un bastidor con un lienzo diseñado y listo para ser atrapado con agujas chicas e hilos de seda que delinean los tonos o matices de flores.

“Cuando supe que la Presidenta de México iba usar un vestido bordado por una paisana de Xadani, me sentí muy orgullosa porque en los hechos es un reconocimiento al trabajo de las bordadoras. Bordar es un arte y de eso vivimos”, comentó.

“Me gustaría que la Presidenta de México ayude a los artesanos, como a las bordadoras, para que tengan mercado, ya sea en exposiciones, ferias o en eventos turísticos, porque la verdad, en mi caso, trabajo sobre pedidos. Una vez hice para vender y me fui a Juchitán, eran huipiles de cinco mil pesos y me los querían pagar en tres mil. Me los traje de vuelta”, confesó Claudia Gutiérrez.

En Santa Rosa, son poco más de 500 mujeres bordadoras que se han especializado para trabajar sobre terciopelo y raso, al igual que unos 300 hombres que todos los días también están frente al bastidor.

“Aunque no imaginé que podría llegar una mujer a la Presidencia de México, ahora lo veo y como que me cuesta creerlo, pero es una realidad y tengo confianza de que no nos fallará a las mujeres que, como ella dice, somos muy luchonas, porque desde niñas hemos aprendido a volar por encima de la historia contada por los hombres”, dijo Claudia.

En Santa Rosa llegan incluso los dueños de casas de moda, que encargan las prendas para vender a los turistas y otros los llevan hasta Oaxaca.

En busca del precio justo

La industria artesanal del bordado, que involucra a la mayoría de los integrantes de la familia, porque unos hacen el diseño previo, otros trazan el contorno y luego viene el bordado a mano, lleva años en busca del precio justo, porque la gente que compra no valora el trabajo que se traduce en 12 o 14 horas por día.

Un traje regional de huipil y enagua viene costando entre 35 mil a 40 mil pesos. La confección tarda entre cinco a seis meses, por eso al año solo se puede hacer dos trajes, que genera un ingreso anual de 70 mil a 80 mil pesos, apenas seis mil 600 pesos mensuales, pese a los riesgos de la jornada laboral.

Oliva Jiménez Gallegos es una bordadora zapoteca desde hace más de 40 años, y revela cuáles son las principales dolencias de bordar sentada unas 12 horas por día. “Sufrimos de inflamación intestinal, de hemorroides, si nos paramos hacer la comida y tocamos agua para lavarnos las manos, se entumen los dedos por el reuma y la vista se cansa rápidamente”.

Claudia Vásquez Aquino confiesa que “Hay clientes que nos dicen: ¿por qué tan caro, si nomás están sentadas bordando? La gente no tiene idea del gran esfuerzo que implica la laboriosidad de un bordado, que es como un poema a la vida con olor a la cocina, impregnado con el canto de los pájaros y sobrado de amor”.

“En los bordados hay mucho amor”, comentó Gisela Álvarez Fuentes, desde la comunidad zapoteca de Chicapa de Castro, como el amor con que, a los 14 años de edad, le bordó y regaló un huipil a su señora madre, para las fiestas.

“Con la presidenta Claudia hemos encontrado nuevas motivaciones para seguir plasmando nuestras historias en cada prenda que bordamos”, indicó.

 

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