“Niños anti héroes”
A la llegada de los españoles a tierras mesoamericanas y aridoamericanas, durante la época revolucionaria, la guerra Cristera en los años veinte, y durante los tiempos de desacuerdo estudiantil en Tlatelolco, los jóvenes defendieron causas que en su momento eran de vida o muerte. Causas que sabían que de no hacerlo, podría perjudicar no solo su futuro como individuos, sino también el de sus padres. Había una visión nacional, una defensa que incluía a todo un país. Se pensaba muy poco en algo individual para hacerlo colectivo; por ello aquellas luchas estaban cargadas de heroísmo y pasión. Fueron generaciones de jóvenes aguerridas, fuertes y con ideales. Pasado el tiempo y habiendo dejado, por decir así, un camino más sano, nuestras generaciones no tuvieron que derramar sangre, solo cumplir como una generación gustando de los frutos que otros sembraron.
Del mismo modo que mis antepasados agregaban un “Gracias a Dios” a todo aquello que parecía haberlos librado de algo sumamente peligroso o que debía agradecerse al Altísimo como algo perentorio, hoy digo que toda mi generación y la que me antecede nacimos en un tiempo en el que los héroes de los que tanto nos hablaron en nuestra educación primaria, son algo que llevamos tan dentro de nuestro espíritu, que guardábamos y seguimos guardando un respeto profundo por su heroicidad que, de un modo u otro, nos ha convertido en parte de una sociedad responsable. Nuestra generación es de esa que al escuchar el himno nacional, al momento nuestra mano derecha se eleva al pecho como algo natural. Reverenciamos a nuestra bandera, no como un ídolo, como dicen los Testigos de Jehová, sino como la representación misma de una identidad que nos ha hecho libres a lo largo de los siglos. La libertad es algo que cada quien vive a su antojo, bien sabemos que la libertad viene al obedecer las leyes de dios y de los hombres. Las leyes de los hombres nos hacen buenos ciudadanos y la de dios nos prepara para vivir en cordialidad con los demás y con quienes nos han creado.
Nuestra generación fue ese linaje que cumplimos con un servicio militar nacional que nos indicaba que de ser necesario, formaríamos parte de un batallón emergente que protegería a la nación, y por ello, en nuestra cartilla, aparecía un honorable Soldado número tal.
Por estos días conmemoramos la gesta heroica de los llamados Niños Héroes que con notable heroicidad defendieron ya no solo el castillo de Chapultepec, también nuestra bandera nacional para que no cayera en manos de ejército enemigo. A lo largo de la historia muchos detractores han querido inmiscuirse tratando de boicotear lo que sucedió, diciendo que no fue así, que fue de este o de otro modo. Esto me hace recordar cuando el exgobernador de Coahuila, profesor de profesión, Humberto Moreira Valdés, comenzó a decir que el cura Hidalgo no era como lo pintaban en las diversas ilustraciones de los libros de texto. Entonces trató de convencer a más de uno que debían de modificarse y que debía de mostrar de ahora en adelante a un Miguel Hidalgo vestido de chinaco, como él decía. Y como decían mis abuelos, Gracias a Dios no hubo nadie que le siguiera el juego.
Sea como fuere crecimos con la idea de que a los héroes de las diversas etapas de nuestra historia se les debe respeto. Hoy por hoy los ya reconocidos Niños Héroes hicieron su parte en lo que hoy llevamos dentro, sin embargo, ¿qué ha pasado con los niños de hoy?, ¿Qué falta para que existan héroes modernos? Si bien se cuenta que Juan Escutia se lanzó desde lo alto de una de las torres del Castillo de Chapultepec, hoy no se pide a ningún joven que haga tal cosa, ni a mi generación juvenil se nos pidió, pero sí el que defienda a corazón abierto su nacionalidad, ¿y cómo será eso?
Hoy el narco y las redes sociales son el enemigo número uno de la juventud. Las redes sociales mal manejadas llevan al caos a cualquier joven sin experiencia. A lo largo de los años en que estas denominadas redes sociales han llegado a nuestras vidas, el índice de suicidios se ha elevado escandalosamente, lo mismo los secuestros, las violaciones y claro, el ejército del narco reclutando a una juventud debilitada.
Las buenas costumbres han sido incendiadas por la juventud de hoy. Las actitudes negativas de las nuevas generaciones se notan por doquier, en el transporte público, en las calles, en las escuelas, y hasta en las iglesias. En el pasado los templos eran sinónimo de resguardo, respeto y adoración, hoy se han convertido en guaridas de jóvenes fingiendo espiritualidad y que terminan siendo centro de perversión manejadas por sacerdotes pedófilos.
Por generaciones los jóvenes formaban contingentes defendiendo una justicia que para ellos lo era todo. Hoy los jóvenes no defienden más que su propia verdad, esto es, el que solo ellos poseen la razón conduciéndose irremediablemente al vacío. Adieu.
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