Usted que ahora lee, ¿puede sentir los grilletes de la impotencia dañándole las muñecas? ¿Le duele México? Seguro estoy que sí, pero lo calla. Lo calla porque ya habrá oportunidad de opinar en redes sociales, desahogarse y al final del día, volver a la cama, satisfecho de haber puesto su granito de cizaña empeorándolo todo.
En Atenas existían las denominadas ágoras, sitios en los que se daban cita grandes pensadores debatiendo sobre la grandeza del hombre y la ilustración de la ciudad. El florecimiento de dichos sitios vino después de la caída de la civilización Micénica y empujada por el gran Pericles. Hoy Mark Zuckerberg, Jack Dorsey y Kevin Systrom, son los Pericles de la época moderna. Su genialidad los llevó a crear Facebook, Twitter e Instagram, respectivamente. Nunca imaginaron que ello conllevaría la reunión de una gran cantidad de filósofos en una enorme ágora universal.
En el ágora que son las redes sociales todos son ideólogos y todos afirman tener la razón. Se juzga sin piedad, se humilla y hasta se soborna. Esta ágora nos ha convertido en enormes faroles deseando iluminar el mundo. Queremos salvar al planeta opinando sobre la crueldad de los líderes islámicos, de la dureza de las políticas migratorias de Trump, los supuestos fallos de Obrador y hasta de la crueldad de un Maduro que tiene, según la prensa, el pie al cuello de su pueblo. Opinamos desde nuestro desértico fórum creyendo tener razón mientras nuestro hogar, que es nuestro país, está más oscurecido que el mismísimo Hades. Deseamos encaminar al ciego, nos dolemos de la tragedia universal, de la caída de Notre Dame o de la hambruna en El Congo. Queremos ser lazarillos de Corea del Norte y persuadirlo a que sean más nobles con su gente; en sí, desde aquí, desde nuestra estúpida e ignorante ágora deseamos cambiar el mundo teniendo nuestro país y nuestra alma, en completa lobreguez.
México está tomado, y eso lo dice la prensa extranjera. Los mismos mandatarios del orbe instan a sus ciudadanos a no acercarse para nada a nuestro país. Se conduelen, sienten lástima que una nación tan rica, esté tomada por los mismos mexicanos. La corrupción no está segmentada. Desde nuestras redes opinamos y maldecimos la corrupción. Deseamos sacar al presidente del poder porque creemos que, según nuestra filosofía expuesta en redes, tal acción puede sacar al país del caos, cuando en realidad y a ojos vistos, nosotros somos la corrupción.
Hoy México está tomado por la putrefacción que existe en mí. Sí, desde la planta de mis pies, hasta la coronilla de mi cabeza, estoy parasitado de fermentación y egoísmo. Somos pésimas personas, malos amigos, malos hijos, deplorables padres y detestables vecinos. Deseamos darle de comer al pobre a la vista de los demás, mientras mis hijos perecen en el olvido. Somos como el divorciado dejando a sus descendencias, pero va y se consigue a una mujer con cinco hijos y pretende estúpidamente amarlos. En sí somos la peor bazofia que pueda haber en un corral de cerdos.
Miremos al frente, el campo ya no está listo para la siembra. Lo hemos quemado, talado, comercializado. Hemos escupido en el rostro de la naturaleza ante su imposibilidad de defenderse. Hemos neciamente eliminado de apoco nuestro tercer pulmón, ese que no sólo es de los mexicanos sino del mundo entero. Nuestras selvas y bosques se achican, nuestros animales se extinguen y así, así de vergonzoso, los monos araña huyen y los quetzales, aves de los dioses, se pierden en la bruma de un México horrorizado y devastado.
No existe un ejemplo más claro de nuestra situación que esa ejemplificada en la tragedia del colegio Cervantes de Torreón. Tan estúpidos y cortos de raciocinio hemos sido, que hemos tomado un arma en cada mano. La izquierda mató la educación heredada por nuestros padres y la derecha al amor a los demás. Al final, vacíos de todo y abandonados a nuestra suerte, nos hemos pegado un tiro.
Pero, ¿sabe qué? Esta mañana he despertado asaltado por un fresco aroma a yerbabuena. En mis piernas sentí la tibieza de mi gato y más allá una ventana abierta dejando entrar unos tímidos rayos de sol. Siempre habrá una nueva oportunidad para cambiar mi muy insípida manera de ser. Hoy, desde mi ágora social seré un filósofo más cuerdo, conciliador y sensato. Hoy no deseo ser parte de un México tomado. Hoy yo no… y vuelvo a preguntarle a usted que ahora lee, ¿puede sentir los grilletes de la impotencia dañándole las muñecas? ¿Le duele México? Piense en el tiempo de su liberación, nadie lo hará por usted. Adieu.
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