“Yo, Fátima”

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1995

Cuando vi a Fátima caminando de la mano de esa mujer, hasta ahora desconocida, vi algo mucho más que una niña angelical y cargada de inocencia. Me vi a mí mismo, podría jurar hasta que te viste a ti mismo. Me recordé en aquella sociedad todavía sosegada, temerosa, respetuosa y dogmatizada de los años ochenta. Tampoco he de decir que en el pasado la violencia no existía, mentiría totalmente. El machismo nunca ha terminado, creo que ha madurado y se ha convertido en un penoso y peligroso flagelo. En los ayeres el maltrato a la mujer se veía como algo estúpidamente normal. Y eso no lo digo yo, nueve de cada diez abuelas podrían testificar el crudo horror vivido a manos de sus prepotentes cónyuges. Hoy la difusión de las redes sociales es el peor enemigo del machismo.

Fátima soy yo, pero en mi estado de libertad en los años vintage cuando sin problema alguno volvía a casa en la víspera . Había pasado toda una tarde con los amigos sin el menor temor de ser asechado, no tanto por secuestro, pues muchos éramos clase media, pero sí con otros fines como el comercio sexual, explotación o la ya naciente comercialización de órganos. Nuestros padres nos echaban un vistazo, nos mandaban a bañar, ver a Chespirito y enseguida a dormir. El día a día se repetía como una secuencia infinita de seguridad y sana felicidad.

Yo soy el niño de antes y hoy soy el adulto que debo, ya como una obligación, como una manda o como una ley moral impuesta por mi propia persona, el que debe de asegurar que los ahora niños puedan gozar de esa libertad y felicidad que un día nosotros tuvimos.

De un día para otro los perfiles y fotos de portada y biografías en la redes sociales comenzaron a pintarse de verde en una lucha contra el abuso infantil. Lo siento, Fátima no merece nuestras lástimas y mucho menos el querer sobresalir y evidenciar nuestro dolor con un absurdo moño pintando mi Facebook, twitter o Instagram. Seamos realistas, que hable en nosotros la Fátima que llevamos dentro, esa que desea tomar de la mano a un desconocido sí, pero a un extraño que la lleva a un sitio seguro, a donde están sus padres o hermanos.

Nos pesa, y es real, ver la ingenuidad de una pequeña caminar sintiéndose segura, dando de saltitos en el filo de la banqueta sin saber que su captor le tenía por destino la muerte. Su inocencia duele, todo su trayecto visto en un video y en otro duele en el alma de todo aquel que es padre, madre, hermano. Su mochila es otra cosa. La clase del día… ¿qué aprendió ese día de español, matemáticas o historia? ¿con quién compartió la torta o con quien jugó a las escondidillas? Toda conjetura se clava cual espada de doble filo. Pensar en la expresión que pudo haber tenido cuando la mujer la entregó casi como una ofrenda, como un merecido regalo, en manos de su agresor, violador y asesino, es algo que deseamos vedar en todo momento. Es un sacrilegio tan siquiera imaginarlo. Hoy no existe una solución para este caso. Ni siquiera los más de ochenta años que merecen por el homicidio lo es. Tampoco lo es alarmarnos por dos o tres semanas, un mes a lo mucho. Nuestra naturaleza como mexicanos es olvidar, dar carpetazo, seguir con el siguiente video o asunto que se ha vuelto viral y del que hay qué opinar y compartir.

Hoy es mirar a diestra y siniestra en nuestro andar rutinario. Tus hijos son mis hijos y los míos tuyos, una forma muy objetiva, realista de cuidar así, disimuladamente nuestra infancia.

Fátima no es ninguna punta de lanza de nada; tampoco lo que vaya a cambiar las leyes contra el abuso infantil. Desafortunadamente no será así debido a la indolencia de un perezoso sistema de justicia reinante. Fátima no es ni serála única víctima de la perversidad humana y sin embargo nosotros, lo que estamos en verdad apesarados, tenemos una responsabilidad con ella como emblema de lo que no tiene por qué suceder.

Miren arriba como si fueran ella ¿Quién los lleva de la mano? Miren abajo ¿a quién estás tomando de la mano?

Abre los ojos y el corazón que justo ahí, en ti, está esa inocenteniña que quiso ser como tú en los ochenta, libre y soñadora, pero que alguien se lo negó… ¿lo estás haciendo tú ahora?

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Adieu.