“Yajaira, la tepehuana que saltó el cerco”

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Mientras que algunas reformas han carcomido la soberanía nacional, otras han creado proyectos tan nobles y dignos de mencionarse. El plan nacional de “Igualdad de oportunidades” ha tenido a bien impulsar a estudiantes indígenas de toda la patria a realizar estudios de posgrado en el extranjero.

Hace unos días el distinguido Instituto Tecnológico de Durango tuvo a bien parir una casta notable de ingenieros listos para servir a la sociedad. Posiblemente dicha graduación escolar hubiera sido como muchas otras en esa institución. No fue así gracias a que alguien quiso destacar el logro de uno de sus compañeros que luego de un enorme esfuerzo, había alcanzado ese punto de superación.

Proveniente de una región casi inhóspita del estado de Durango, Nora Yajaira Soto Salvador, indígena nativa de una comunidad tepehuana logró saltar el cerco de las burlas y del ser sobajada por sus orgullosos orígenes.

“Me decían que yo era una ‘burra’ o que era bien india, que no sabía nada; se burlaban porque pertenezco a la etnia de los tepehuanos y sufrí mucho racismo. Al salir de mi casa tenía mucho miedo de cómo me iba a mirar la gente. Llegaba a un lugar y me veían feo”.

Durante la ceremonia se hizo presente su padre vestido con lo mejor que tenía en su ropero y de su madre, una mujer orgullosamente tepehuana ataviada muy al estilo huichol. La mujer portaba un ramo de flores con la leyenda “Lo lograste, hija”. El hombre cargaba un asno  de cerámica, mascota de la institución estudiantil.

Es bueno hacer notar que en el municipio del Mezquital cohabitan varios grupos étnicos: Tepehuanos del sur y los huicholes. Estos últimos habitan en las regiones límites con Nayarit, Jalisco, y el desierto de Zacatecas.

A Nora Yajaira Soto Salvador con toda seguridad le encantaba su nombre. Igual ni dudaría en pensar que era de las que cuando comenzó a conocer y a tomarle sabor a las letras, era de las que alzaban la mano a la hora de pasar al frente a deletrear las vocales. Ni dudo que pasaba horas formando frases y palabras que en muy poco tiempo la convirtieron en una niña de puro diez. Veo su rostro en esa fotografía que ya se ha vuelto viral en la que se encuentra junto a sus padres y ni dudo que amaba el sonido causado por la tiza al deslizarse por la pizarra negra mientras escribía a pausas su nombre:

N-o-r-a Y-a-j-a-i-r-a S-o-t-o  S-a-l-v-a-d-o-r

Como muchas otras era de las que se gastaban hojas y hojas de sus cuadernos escribiendo su nombre en puras mayúsculas o minúsculas, en cursiva o letra pegada cual largas y ternas guías de calabaza.

Yajaira siempre supo que El Mezquital, por más que lo llevara en su sangre,  era un número de zapato tan chico que en nada le servía a un pie tan grande que ya se le salía de la casa para ir a olfatear nuevos horizontes.  Sus pretensiones siempre fueron tan vastas que de no estudiar terminaría reventándose  como una enorme garrapata bajo la gruesa suela de un zapato.

Fácil no le resultó a la familia el que el padre de familia terminara en prisión por un mal entendido y que a causa de ello, la madre se ocupara de los gastos de la casa. Por fortuna, la madrina de Nora se afanó en estar siempre presente y ayudarle a costear sus sueños y junto a ella hacer cuanta actividad fuera posible para sacarla adelante.

Como les sucede a muchos estudiantes comunitarios en nuestro país, la jovencita se enfrentó a la dificultad que era el estudiar fuera. Todas las universidades estaban a muchas horas de camino y por ende habría que abandonar la comunidad.

Las tres horas de distancia de su hogar hasta la institución educativa causó que tomara sus estudios de ingeniería industrial a distancia, logrando que concluyera por video llamada sus estudios con un promedio de 9.6 y con la posibilidad de un posgrado en Canadá.

Como se dijo al inicio, la creación del programa Incorporación de Mujeres Indígenas a Posgrados para el Fortalecimiento Regional, ha permitido que estudiantes como Yajaira tengan esa oportunidad de saltar el cerco de la ignorancia causado por la distancia.

Cuanta pasión, cuando anhelo de superación existe en el alma de muchos connacionales que viven en el seno de comunidades aisladas. Nunca debemos olvidar y mucho menos demeritar nuestro origen. Saber que hay tanto corazón en los indígenas zoques, tzeltales, mames o huicholes, que en el más encumbrado citadino.  Qué en el correr de un raramuri, en el canto de un negro mascogo o en la danza de un kikapú hay mucho más que un gusto por hacerlo, hay vida, hay deseos de ser aquello para lo que fueron originalmente creados, ser felices. Adieu.

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