“Norberto Rivera o la inicua conciencia”

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Sin temor al equívoco, no hay peor calamidad en el mundo que un ser humano afanado en prostituir la vida de un igual que ya sea por su edad o capacidad física no pueda defenderse.

Desde que México es México, nuestro país se ha distinguido durante siglos por ser una nación cuyo portal religioso está colmado de nefastas escenas de imposición y  abuso.  Cada día son más los clérigos que usando la magnífica artimaña de bondad, se acercan a los más frágiles para clavarles las garras de la seducción y hacer de ellos lo que sexualmente les place. Evidentemente nada de lo que ahora se expresa es mera conjetura pues entre los años cincuenta y noventa 6400 sacerdotes de la iglesia católica fueron acusados de abusar de menores de edad. Lo peor del caso es que esta cifra sólo aplicó a la tierra de Donald Trump. A números redondos se cree que la cantidad de víctimas afectadas bien podría sobrepasar los 100,000. Si ahondamos en lo que sucede en nuestra patria, sentiríamos tanta vergüenza que de seguro negaríamos ser mexicanos. De modo indudable optaríamos por ser guatemaltecos, bolivianos o peruanos, cualquier nación, menos esta que hace de los niños sus objetos de placer.

Hoy que se ha puesto muy de moda el “Pisa y corre” no nos sorprendió en lo más mínimo el hecho de que hace unos días el Cardenal de nuestro país, Norberto Rivera Carrera expusiera que entablaría una seria conversación con el papa Francisco para exponerle su dimisión a su cardenalato. Y es que luego de esa encarnizada persecución en su contra a raíz de las sucias cloacas a últimas fechas destapadas y que lo acusan muy directamente de encubrir a todo un rebaño de sacerdotes pederastas, mejor le hubiera sido quedarse en el diminuto poblado de La Purísima, municipio de Tepehuanes allá en lo más recóndito de la Sierra Madre Occidental. Zapatero a tu zapato. Lo suyo, lo suyo, en definitiva no era la religión. Tal vez le hubiera caído mejor trabajar el campo, herrar caballos o la tala de árboles, todo eso ahí mismo en su pueblo y sin la necesidad de verter sus pasiones por medio país. Con ello hubiera evitado la podredura de cientos de inocentes que hasta el día de hoy no han recibido los beneficios de la justicia a causa de la corrupción que cimbra nuestro territorio.

En mi muy modo grosso de pensar, Rivera de un modo muy literal vendió su primogenitura por una sopa rancia al proteger al párroco de Tehuacán, Puebla, Nicolás Aguilar Rivera. Cuando las acusaciones sobre abuso infantil se le fueron encima al cura Aguilar, Rivera no se midió y exhibió su poderío para deslindarlo de lo que se le acusaba. En un tronar de dedos lo ayudó a huir a los Ángeles, California donde, para no perder la costumbre, el todavía fugitivo tuvo la osadía de abusar, también sexualmente de otros pequeños.

La vida de Rivera Carrera llevó una carrera en ascenso en la que llevando una mixtura de placeres y actitudes benditas, pasó de un nombramiento a otro en los que aparentemente servía con espíritu de mansedumbre a sus semejantes. Hoy, cuando la presión que se le ha venido encima a causa de las múltiples acusaciones que van desde ser homofóbico hasta encubridor de pederastas, ha optado bajo la excusa de que ya es viejo y que hay que cederles el paso a los jóvenes, dejar su preciado puesto en la iglesia de Juan Diego.

Bueno fuera que en este caso se aplicara esa sentencia tan popularizada de que “Muerto el perro se acabó la rabia”. Cuando se habla de abuso sexual, si no en todos, sí en una gran mayoría las secuelas emocionales duelen mucho más que el daño físico en sí. La vida jamás volverá a ser igual para un niño o jovencito que ha sido abusado al amparo de la iglesia, en un aula escolar o en el seno del hogar. Nada peor que ser vejado por esas personas en las que uno como ser humano pone su confianza, en este caso un sacerdote, un maestro o nuestros propios padres. La única herencia lógica que se obtiene en estos casos es una vida cargada de culpa, remordimientos injustificados que hacen de la existencia un cuello de botella que paraliza el progreso personal al grado de causar nulos resultados positivos en la vida laboral y matrimonial. Se vive dudando del mundo, del entorno en sí y en el peor de los casos, quien ha sido víctima de la depravación tiende, si no es que siempre, a repetirlo en su propio hogar. Es por eso de la aseveración que las secuelas son mucho veces más dañinas que el daño en sí y en su momento.

Llama mucho la atención que su lema episcopal “Lumen Gentium”, que no tiene otra traducción que “La iglesia es una luz a las naciones” va muy a doc a lo que por mucho tiempo hizo cuando en confabulación con otros muchos sacerdotes, hoy prófugos de la justicia, hicieron de la educación religiosa todo un catecismo sexual. Sí, un prédica cuyo brillante faro encandiló por décadas a muchos niños que si no todos, sí una gran mayoría cayeron en las garras y ambiciones sexuales de curas cuyo único interés era la satisfacción de sus bajos instintos. Hoy Norberto desea lavarse las manos e irse a vivir a una cabaña solariega tal y como lo hizo el ex papa Benedicto XVI que del mismo modo y presionado por favorecer la pederastia, renunció y se fue a vivir a la casa de su hermano Georg Ratzinger, casualmente y no hace muchos días, también acusado de haber abusado física, sexual y psicológicamente de más de 500 niños cuando dirigía el coro de Los Gorriones de la catedral de  Ratisbona. El hoy acusado utilizaba un ingenioso sistema de castigos sádicos que tenían que ver con lo sexual. Encubierto por los más altos mandos de la iglesia, hoy deambula por su paradisiaco hogar como si nada hubiera pasado.

Por muy poco que se haya leído la Biblia, la gran mayoría de las personas saben a ciencia cierta que nadie puede servir a dos señores porque con uno tarde o temprano ha de quedar mal. Intentando hacer una balanza de sus pasiones, Rivera besó por muchos años la mejilla de su dios así como la del otro cediendo a los placeres sexuales que aunque ahora niega, de a poco se han ido develando.

Cuando la tierna mirada de Dios ataca nuestra conciencia, no hay nada mejor que tragarse el orgullo, soportar la vergüenza y declinar en favor de la justicia. La aceptación de su petición de retiro tal vez sea pronto tal vez sea tardado, pero  seguro llegará como le sucedió a sus colegas Iñiguez y Corripio Ahumada que al igual que él dimitieron en sus altos cargos religiosos.

Hoy, con su cultura del silencio, la iglesia ha bajado la cabeza cediendo ante lo que ya es imposible de soportar, la sapiencia de que sus pastores no son más que lobos devorando a todos aquellos a los que les han sido encomendados, adieu.

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