“Mi violador eres tú”

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 Seguramente muchos de ustedes han de recordar aquel baile sugerente y lo bastante obsceno para la época y que se llamaba La lambada. Se originó justamente en un país de tierra y cuerpos calientes, de trópicos de antojo y bellezas naturales. Fue un ritmo que por sensual hizo que monjas dejaran hábitos, sacerdotes se volvieran el doble de homosexuales y ministros renunciaran a sus sagrados llamamientos.  Bastaba con ver ese amasijo de cuerpos seducidos por la música de Kaomapara saber que la revolución sexual había comenzado. Tanto era el poder de seducción de los ritmos tropicales que semejante movimiento poseía,que fue prohibido en varios países. En el nuestro los curas dijeron que el mismísimo satanás la encarnaba y que si deseaban que sus hijos no fueran condenados, debían prohibírselos.  Como ha sucedido en todas las épocas, los jóvenes de ese tiempo hicieron cuanto pudieron para hacerla llegar al la radio, a las discos y hasta los hogares. Y sucedió. De pronto todo México había terminado a cuerpo pegado, contoneándose y pidiendo más.

Con la revolución sexual destapada en los ochenta, solidificada en los noventa, reforzada en los dos miles y consagrada en esta época con la libre navegación en redes, el poco pudor que se podía tener desapareció como desapareció el telegrama apenas llegó la opción de mensaje a los celulares.

El arribo de la libre sexualidad acarreó un intercambio de imágenes, conversaciones y citas a ciegas sin control.El avance de la tecnología trajo consigo ya no sólo una enorme ola de progresos, también de secuestros y crímenes.Hoy, para nuestro infortunio, la insinuación es más que evidente en la música. Si en los 70 se insinuaba el amor, en los dos miles el sexo. Hay temas en los que el machismo pone en evidencia que vamos hacia atrás a pasos agigantados. De hecho hay letras incitando al sexo libre, a las drogas y al crimen. No por nada hay estados en la república que prohíbe los narcocorridos por incitar justamente a la violencia y al tráfico de sustancias prohibidas.

Las vejaciones y las insensibilidad varonil han llevado a convertir al planeta en un matadero de mujeres. No hace muchos días un grupo de ellas en la república de Chile salió a las calles reclamando respeto a su género. Dicha marcha, cuya antorcha principal era esa canción lo bastante revolucionaria y que lleva por título “Mi violador eres tú”, se convirtió ahora sí que en tendencia mundial. Grupos de mujeres en Francia, España, México, y otros países la corean a voz en pecho en un reclamo al hombre en general. En ese espíritu de justicia han cometido atropellos dañando a otras personas y hasta sitios públicos, por lo menos en México sí.

Como si fuera poco y si la cosa estuviera muy en paz, la delegación sub 17 de futbol de las Águilas del América graba y comparte un video en el que los atletas, en tono de burla cantan y bailan “Tú eres mi violador” en los vestidores. Por obvias razones las expresiones en redes sociales reprobaron semejante osadía.

El tema de esta marcha contra la no violencia ha viajado por todo el mundo, tan igual como la Lambada. Mientras que la primera incitaba a un baile entonces sexual y sensualmente peligroso,  esta marcha es en contra de las actitudes machistas del hombre.

En algunos estados de la república, en especial en Coahuila, ya se empiezan a proponer reglas y severos castigos para quienes incurran en faltas a la moral. Principalmente se habla de acoso en vía y transporte público.Lo cierto es que esta marcha no es en sí contra un género en particular, sino contra cierto sector de la sociedad actuando mal. Contra una mínima cantidad de hombres haciendo lo que se les venga en gana.

Es tiempo de enseñar a los hijas, y también a los hijos, a ser valientes y no perfectos. Para infortunio nuestros, las redes sociales han llegado a ser parte importante en sus vidas. Son un escaparate en las cuales una foto mal tomada y aunque suene escandaloso, puede llevar a un suicidio si los comentarios son lo bastante hirientes. Cuestionémonos hasta qué punto yo soy un violador, hasta qué punto he herido creyéndome superior a sabiendas que somos iguales. Adieu.

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