La pluma profana de El Markés

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Entre el miedo y la esperanza

Encima de la cima de la montaña desde donde puedo ver mi pueblo, me doy cuenta que pese a mi pequeñez ante esta inmensidad, nunca he sido tan insignificante para quien me ha creado.

Otro año más ha quedado atrás y es tiempo de evaluar lo que pasó. El tema “Pandemia” en definitiva es un referente que marcó la docena de meses. Una terrible guerra de miedo se nos vino encima en el que la radio, la televisión y las redes sociales hicieron cuanto pudieron por crear una bola de nieve que desde enero hasta diciembre fue creciendo a magnitudes descomunales. Ahora, aquí, y con una vacuna llegando a la Ciudad de México y Coahuila, la esperanza retumba en nuestros corazones porque les guste a muchos o no, será un respiro. Aunque parezca increíble, hay quienes han formado un frente común para detener la aplicación de este antídoto contra ese mal que ha eliminado a cientos de miles de personas. El egoísmo existe y es tan real como contagiarse.

Ahora que está por concluir el año 2020, nos damos cuenta que esa guerra de miedo inyectada en el planeta no era en sí una avanzada para aterrorizarnos, sino para prevenirnos. Las redes sociales están inundadas de pleitos callejeros, en supermercados o tianguis en los que muchas personas armaban zafarranchos por no seguir las normas de higiene implantadas no por un país, ni por dos, sino que eran reglas de precaución para todo el orbe.

El ocaso a pintado el cielo con brochazos rojizos lo bastante espesos. El sol se ha ahogado del otro lado de la montaña y con todo y que sé que todo se oscurecerá en cuestión de minutos, igual sé que amanecerá, para eso no se requiere fe, pues es una acción que sé sucederá. Lo que no sé es si he de vivir mañana, si he de pasar la noche, si las sonrisas que comparta con mis hijos hoy serán las últimas o si esta será ahora sí, mi última cena en compañía de los míos. Cuán importante y valioso es el valorar los momentitos, sí, los instantes, esos que son los ingredientes de un postre que es la vida en sí. Creo que todos y cada uno de nosotros poseemos una familia que quisiéramos conservar por siempre, sin embargo, la mortalidad siempre nos tendrá listo una pretexto para arrebatarnos en el momento menos esperado, al abuelo, a la madre, a un tío o a un hijo. Ese tipo de dolores llega y nadie está preparado lo suficiente para soportarlo.

Se aproxima el 2021 y los desafíos continuarán. Existe un calendario de aplicaciones de vacunas y muchos tendrán que esperar meses antes de recibirla. Esa espera con toda seguridad será desesperante y para ello, para ello la esperanza es el mejor antídoto.

Mientras bajo la montaña pienso que formé parte de esa turba de irresponsables que pensó un “no, a mí no me puede pasar”, y me pasó. Me pasó como a muchos otros que tuvieron que aguardar fuera de un hospital por horas enteras, y con la esperanza de que saliera un médico y te explicara, en palabras concisas, que tu paciente estaba bien. Cuánta pena valía el hecho de que luego de aguardar horas y horas envuelto en una terrible pesadilla de espera, un simple “va mejorando” de un médico de semblante cansado, tuviera un valor incalculable.

Cuando era muy joven muchas veces escuché decir a los viejos un “nadie tiene la vida comprada”. Mi mocedad y el creerme dueño del mundo, como ocurre por siempre con la juventud, me ponía en un punto de no importarme. Hoy y con el paso del tiempo ahora soy mayor y pienso que nadie tiene la vida comprada. La terrible epidemia ha echado en sus canastos a niños, jóvenes y ancianos. La muerte pasó por las calles como la sombra maligna por las sendas de Egipto buscando a los primogénitos. Cuán difícil ha sido para muchos ver entrar, pero no salir a sus familiares a los hospitales. El dolor se ha quedado atorado en el pecho porque no existe un cuerpo por ver, no existe un velatorio o un espacio para desperdigar a pecho abierto el dolor que atosiga el alma.

El 2021 es una continuación del 2020. Habrá muertos, muchos más muertos. El que esto se apacigüe, porque no parará del todo y menos en esta época invernal, sin duda está en nuestras manos. Derroquemos el miedo por medio de la obediencia, ensalcemos la esperanza haciendo lo que nos corresponde como sociedad.

Con todo y que muchos hayan caído en la desesperación, que muchos hayan tomado el camino del suicidio al no ver claro el futuro, con todo y que muchos crean y aseguren que los dioses han huido de nosotros para que peleemos esta batalla solos, yo os digo que nada de esto es así, nunca y en ninguna otra época hemos tenido a los seres celestiales tan cerca de nosotros. Esta es una prueba magnánima de fidelidad, un claro examen en el que seremos exentos si renunciamos al egoísmo, a la blasfemia y a todas esas cosas que hieren, que causan retroceso en lugar de progreso… los dioses nunca se van somos nosotros los que tomamos la ruta de la falsa gloria creyendo tener el poder de gobernar el universo.

Por eso, pese a la inmensidad de la montaña, me doy cuenta que nunca seré tan pequeño para quien me ha creado, y en medio de todo esto que nos acongoja, ¡que explote la esperanza para todos!… adiós año del miedo, bienvenido el de la esperanza. Adieu.