La pluma profana de El Markés

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Mole Mexicano

Cuenta la leyenda que un día, hace ya más de cincuenta años, tres hijos de la patria, hombres vestidos muy formalmente y en apariencia honorables, se sentaron a la mesa de un muy reconocido restaurante mexicano. Al momento pidieron la especialidad del día y que según se anunciaba, contenía muy buenos complementos.

Meseros vestidos muy a doc de aquel recinto estilo revolucionario,pusieron al centro de la mesa una cazuela cuyo contenido despedía un rico olor a mole. Las miradas se echaron sobre ella como amante deseoso de la mujer más bella. Reduciendo la conversación a lo indispensable, aquellos hombrecillos devoraron todo cuanto estuvo en sus manos. Hablar de todo, claro está incluye el arroz, los frijoles charros, el guacamole con totopos y los postres de queso y otros dulces regionales.

Luego de debatir en la sobremesa sobre la vida en el país bebiendo un buen vino, el trío pagó y se retiró sin dejar siquiera un mínimo de propina. La glotonería había sido tanta que sería un verdadero milagro que una indigestión no se apoderara de ellos. Uno de los meseros echó de ver cómo uno todavía iba engullendo una empanada de piña mientras abandonaban el lugar.

Con la llegada de un partido político que se volvió un literalmente dueño hasta de las conciencias de los mexicanos, el país se transformó casi de la noche a la mañana en una enorme cazuela de mole, el mejor mole, el oaxaqueño, el chiapaneco, el jalisciense, el de Tabasco, el que mejor os guste. Así y en esa presentación tan suculenta, el país quedó a expensas de una mirada codiciosa de quienes por años le chuparon hasta los huesos.

Una vez que los primeros políticos comenzaron a ver que la corrupción no era tan mal como la pintaban los mexicanos que vivían en una esfera mucho más abajo que en la que ellos flotaban; una vez que comenzaron a sentir que un poquito mucho de comodidad a expensas del pueblo no era tan vergonzoso, se vieron envueltos en un terreno tan lleno de soberbia que para cuando acordaron, ya no era sólo una altanería, era una arrogancia envidiosa, codiciosa, al grado de creer y convencerse que el mexicano podía alimentarse con un buen tazón de frijoles, agua de sabor y listo.

En muy poco tiempo su doctrina de la insensibilidad fue tan expansiva que durante las décadas en que este partido tricolor anidó en tierras nacionales, sus personajes iban por los pueblo como una puesta en escena fingiendo solidaridad, compasión y lástimas por los más desafortunados. Curioso era ver imágenes en televisión y medios impresos en las que estos mimos de la política andaban entre el lodo, bajo la lluvia y sufriendo las de Caín en un afán por dejar bien en claro que ellos no eran inalcanzables, no, sino seres humanos tan humildes que se podía confiar en ellos… y el pueblo creía, creía y creyó por sexenios.

Durante todo ese tiempo, que fueron muchas décadas y sexenios, los emperadores del poder vivieron vestidos con un brillante manto de codicia, sí, ese contundente anhelo por querer tener mucho más de lo que les era necesario. Por años vivieron en la opulencia mientras las clases sociales más vulnerables se despellejaban cuerpo y alma por ya no vivir, sino sobrevivir en una charca de pobreza que los ahogaba inmisericorde.

Por años nuestro país fue una enorme cazuela con mole a expensas de un partido político que sin indigestarse degustó de él al grado de que con todo y que ya estaban satisfechos, aun así su codicia los llevó a comer y comer más y todavía mucho más en un afán de que no cayeran ni siquiera migajas al suelo.

Por fortuna siempre quedaba una o dos rebanadas, piezas que eran distribuidas desde Tijuana hasta Chetumal. Cada mexicano recibía una migaja que aunque cueste trabajo creerlo, satisfacía al beneficiado y éste todavía agradecía a quien se la brindaba… pero un día el pueblo se enteró del timo, del enorme engaño, de la manera más horrible que había sido humillado. Entonces el pueblo dejó de creer, comenzó a escupir las migajas en la cara del partido de tres colores y en otro blanquiazul que lo único que les habían brindado habían sido migajas de migajas.

Hoy algunos los políticos del pasado están sobre el potro inquisitorio que los ha mantenido en un punto de tortura emocional que los ha hecho vomitar y vomitar todo un mundo de corrupción. A un lado y junto a los torturadores, la justicia recargada en la pared, mira con solemne paciencia el cumplimiento de sus lineamientos eternos. La justicia tarda en llegar, pero finalmente llega. Hoy los tribunales de justicia están sucios de vómitos; hoy los pisos de los juzgadosestán resbalosos de saliva y extractos de mole, ese alimento que por años devoraron mientras que el pueblo perecía en la ignominia.

La terrible pandemia obligó a todo el país a mantenerse bajo resguardo. Salir podía costar la vida. Llegó a existir la violencia de las autoridades para quien anduviera fuera de casa en horarios no permitidos y contra quienes no trajeran cubre bocas… pero se acercan las elecciones y todos hay que salir a votar… reina la incongruencia.

Tres cosas destruyen la vida, asegura Mahoma, esto es, la ira, la codicia y la excesiva estima de uno mismo… creo que estos prianos no le fallaron a ninguna. Adieu,