“La fuga de Dios”

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Por años México ha vivido sin Dios. Creemos que todavía deambula por nuestros templos, pero lo cierto es que al igual que un traicionado Quetzalcóatl yéndose de su pueblo, así hoy el nuestro se ha ido. No dudemos ni un poco que una de las posibles razones de su destierro haya sido la de muchos otros mexicanos: Huir al extranjero para evitar ser dañados por el crimen. Tal es la magnitud de violencia en territorio nacional que debemos creer que la fuga de Dios se deba al temor mismo de ser levantado, asesinado, desaparecido o hasta abusado. Hoy los templos están llenos de efigies vacías y mudas que ya no contestan oraciones ni hacen milagro alguno. El amor del hombre se ha enfriado como igual se ha congelado mucho del norte de nuestro país con todas estas corrientes de aire frío provenientes del norte del continente. A veces quisiéramos saber que todas esas notas sangrientas en las que personas mueren en tal o cual atentado terrorista o justo frente a nuestra casa no fueran más que inventos de prolíficos escritores.

A pocos días de haber iniciado el 2018, el pestilente tufo de cuerpos descompuestos aún nos llega a nuestra nariz. No podemos quitarnos el estigma de que el 2017 no sólo nos dejó devastaciones naturales, sino una escalofriante cifra de 23 mil 101 homicidios dolosos, esto sólo de enero a noviembre.

Mucho nos escandalizó el asesinato del Cardenal Posadas hace ya muchos años. Ese día supimos que los enemigos de México y su fe estaban metiéndose en terrenos prohibidos. Con el paso de los años lo olvidamos y dejamos que “Los pequeños infractores” crecieran con esas mismas mañas y sin reprenderlos. Hoy México se ha convertido en el segundo país más violento en toda América en cuanto a crímenes contra la fe se refiere. Ya no sólo se habla de asesinatos de sacerdotes católicos. Se habla de secuestros de monjas en comunidades aisladas a las que luego de violarlas y torturarlas, las dejan ir bajo amenaza de que si hablan, terminarán por buscarlas y darles muerte. Estas son las que corren con suerte, otras jamás son encontradas. El abuso sexual ha ido evolucionando a ya no sólo perpetrar acciones aberrantes contra féminas religiosas. Hoy la maldad ha ido a más cuando los crímenes se han perpetrado en el seno de templos cristianos de diversas sedes religiosas como evangélicos, mormones, testigos de Jehová y hasta gnósticos. El móvil más común es el asalto, el robo de reliquias antiguas y hasta la venganza por cuestiones meramente personales.

Los templos, que por mucho tiempo fueron sitios sagrados e intocables, hoy son para muchos los lugares perfectos para delinquir. Su soledad y abandono así lo conceden. Es sencillo entrar en ellos y no hay vigilancia que lo impida.

En el pasado se decía, “Dios te mira” y bastaba para calmar nuestras malas intenciones.Hoy tal frase ha quedado en desuso y se ha convertido en una aseveración de la que los jóvenes se ríen al considerarla por demás tonta.

En tiempos del esplendor mesoamericano todos sabían que si se deseaba vivir en una paz social generalizada, el apego a lo divino debería estar en primer plano. Es tiempo de darnos por enterados que en pleno 2018 ya ni vivimos a la “Buena de Dios”. Éste se ha ido quién sabe a dónde y quién sabe cuándo sin que nos diéramos cuenta. Se ha ido porque se siente, se nota, se evidencia en todo cuanto nos rodea. Hoy ni los sacerdotes respetan los sitios de adoración y mucho menos el pueblo.

Estar bien con los dioses significaba éxito en la guerra, en la vida social y cultural. No había mejores juegos de pelota que aquellos en los que los jugadores se sentían apoyados por sus dioses. Calibremos hoy nuestra situación social como mexicanos. No existe paz social justamente porque nos hemos olvidado de todos aquellos principios de nobleza, aprecio y respeto al prójimo que es lo que acarrea la paz. Hemos desterrado a los buenos dioses simplemente porque no nos conviene que nos reprendan. Hemos conservado a los malos porque sí apoyan nuestra actitud.Delinquir es tan sabroso como menudo un domingo por la mañana o un baño de alberca en plena canícula. Amamos infringir, eso es evidente. Bien lo hacemos no pagando deudas, desobligarnos de los hijos, abusando de nuestros cónyuges, maltratando animales, contaminando el medio ambiente, violando a los hijastros, a las hijastras, maltratando a los abuelos, embriagándonos en vía pública, acostándonos con medio mundo y haciendo de nuestra vida todo un burdel. Nos gusta ser liberales y libertinos. Es lo nuestro, es nuestra naturaleza, bueno, esa naturaleza que hemos adoptado desde que concretamente echamos de nuestra vida a ese dios, cualquiera que hayamos adorado, para optar por lo malsano.

Muchos de nosotros cuando todavía andábamos agarrados de la falda de nuestra madre llegamos a escuchar de guerras en otros países. Lo veíamos como algo lejano pero le temíamos en cierto modo. Nos causaba lástima las crudas imágenes de niños enflaquecidos y de vientres abultados en África y todas esas muertes en la mentada “Franja de Gaza y Jericó”. Llegamos a oír de los sandinistas que asolaban Nicaragua y un pantanoso Vietnam en el que ni norteamericanos ni vietnamitas pensaban siquiera en rendirse. Hoy a tanto año de aquellos acontecimientos y casi sin darnos cuenta, aquí, en nuestro mismo país, hay niños enflaquecidos y de vientres abultados en cientos de comunidades azotadas por la hambruna de un mal gobierno. No existe un sandinismo, pero sí los cárteles de la droga. Estamos lejísimos de Gaza, pero Ciudad Victoria está muy cerca y el terror que ahí se vive no es muy diferente al de Medio Oriente.

¿Faltos de dioses?, eso es seguro. Hay quienes dicen que la religión es sólo un instrumento del hombre para aplastar al débil y absorberlo física y económicamente. Sea o no sea verdad, este movimiento deísta ha acarreado la paz a muchas naciones y hoy, sea ficción o realidad, el mundo está necesitado de dioses, cualesquiera que estos sean, siempre y cuando tengan esa tendencia a lo positivo, a darle la importancia debida a la vida y al respeto mutuo.

Arrancamos el 2018 con una tendencia a la alta, esa predisposición a rehacer nuestra vida por medio de renovados propósitos. Que estos sean reales, alcanzables y lógicos, depende en mucho de nuestros deseos sinceros por evolucionar y por traer a dios de ese exilio al que lo hemos confinado. Adieu.

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