“El divorcio, algo moralmente necesario”

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El abuso físico en nuestros días ha dejado de ser un asunto de machismo para pasar a ser algo meramente de respeto al prójimo. Por siglos el hombre era el violento por antonomasia dejando a la mujer como la víctima ante la sociedad. Con todo y que siguen siendo muy notorios los casos de abusos y asesinatos por parte del varón, cada día son más en los que las damas han tomado una actitud de defensa ante la violencia infringida por sus parejas.

La proliferación del feminismo ha llevado a muchas mujeres a tomar una actitud beligerante frente a sus cónyuges al grado de convertirse en futuras fratricidas. Hay casos en los que el hombre se ha tornado frágil ante el abuso femenino y en dichos casos la justicia muchas veces se ha vuelto un tanto apática al no darle la importancia debida.

Hoy la violencia familiar ha alcanzado escandalosas cifras que por  estratosféricas ha dado pie a la creación de innumerables grupos de protección a la mujer, a los hijos y hasta centros en los que se enfatiza la unión familiar. Tanto ha evolucionado la falta de afecto y respeto que tanto el varón como la mujer se violentan sin importarles la presencia de los hijos ni el daño emocional que esto causa a la larga.  Lo cierto es que no hay nada más vergonzoso para una sociedad que tener entre sus filas seres humanos contenciosos, dados a la agresividad contra los miembros del hogar. La familia como tal es el verdadero núcleo de la sociedad y en ella los principios básicos que deben enseñar son el amor propio y el respeto a los hermanos. Todo gira alrededor de ese círculo de personas en el día a día.

Todo esto me trae al recuerdo mi infancia cuando tuve la desdicha de ver cómo un sacerdoteaquí en mi ciudad, sacaba a punta de lengua a un primo mío que venía de Zacatecas. Digo que a punta de lengua porque aunque ganas no le faltaron de echarlo a punta pies por pecador, se conformó con decirle una sarta de insultos elegantemente pronunciados. Le gritó, porque eso hizo, que un hombre en su condición de divorciado, se convertía en un profano al introducirse en su iglesia y mancharlo todo con su alma putrefacta. Cuando se casó lo hizo sólo por el civil y cuando el sacerdote, a petición de mi madre, intentó meterlo en razón para que se uniera también por la ley de Dios, mi primo tuvo el valor para decirle frente a todos en aquella fiesta de la Candelaria, que no lo molestara y que si seguía insistiendo con sus peticiones sacerdotales de condenación, él mismo le daría una golpiza que ni la virgen de los Remedios le tendría un remedio y ni la Dolorosa lágrimas para llorarle.

Durante muchos siglos el divorciarse fue un acto de rebeldía contra Dios. Era una burla el ir y buscar misericordia del Todo poderoso para ser unidos por toda la vida y vivir en comunión con Él y la santísima virgen, y que luego, a la primera de líos y cambios, abandonar tal convenio para revolcarse en el fango y danzar en fiestas del Sabbath con el demonio.

El Vaticano y sus reglas eran estrictas y contundentes. Quitarle aunque fuese un signo gramatical a la ley era solicitar la condena eterna en lo más hondo de las cavernas infernales. Por ello, violar un trato hecho con Dios en su templo, era como bofetearlo y de pilón reírse en su cara.

Han pasado los años y la maldad se ha cuadruplicado como plaga de piojos. Las uniones libres se han elevado y los divorcios disparado. Las amenazas de ser condenados en las calderas de fuego eterno han dejado de ser efectivas para las religiones quienes han optado por el convencimiento, por el arte de la seducción que consiste en ser amorosos con el que se ha alejado para atraerlo al redil, sentarlo, alimentarlo y convertirlo en un “Dador alegre”

El”Papa Francisco”  dijo que el divorcio, visto por siglos como algo demoníaco por la iglesia que él mismo representa, debe tratarse con mucho más tacto, ya que en muchas situaciones es inevitable y moralmente necesario. Es preferible ver a una pareja separada a que de continuo estén mostrándoles a sus hijos la caída de un hogar a pedazos. Muchas veces es mejor cortar por la paz y evitar así la ira y la violencia que tanto dañan física y emocionalmente. Se debe considerar así mismo que es mejor romper lazos a permitir que el abuso en casa contra buenos hombres o buenas mujeres conlleve a suicidios o a crímenes innecesarios.

El más alto líder de la iglesia ha dicho que el trato que se les da a estas personas que han optado por el divorcio, nunca ha de ser de repulsión y ha instado a sus colegas a que no “Bastoneen” a esas personas que han errado, que se han equivocado y que por una u otra causa han tomado caminos torcidos y que a la vuelta de los tiempos han vuelto al redil. Ha dicho que no se les trate como excomulgados, como apestados o como personas que no mereciesen ni el saludo. En las vísperas del sínodo del pasado octubre dedicado a la familia expresó así mismo que estos desertores de los lazos conyugales tuvieron, si no todos, sus motivos para romperlos y que en muchos de los casos era preferible. Ellos siguen formando parte de la iglesia y aun cuando se fueron del redil correcto, debemos apacentarlos y traerlos.

Son muchas las iglesias hoy en día que consideran que el divorcio desagrada a Dios. Aun cuando la unión matrimonial es idealizada como una relación para siempre, muchas veces esto no es así debido a los innumerables problemas que pueden surgir. Dios dejaría de ser un Dios justo si permitiera que por el hecho de que tal o cual pareja se unieron por tal o cual iglesia, tenga que soportar en ciertos casos la violencia.

Hay cosas que no deben de pensarse dos veces, si su mujer o su esposo abusa a conciencia de su persona, usted no tiene nada que hacer con ese monstruo denominado cónyuge. Si lo o la está sodomizando violándole cuerpo yemociones, póngase a salvo que hoy todas las voces son escuchadas si se alzan a tiempo y cuando todavía hay vida. Divórciese, rompa cualquier tipo de convenio terrenal o celestial que lleve a cuestas antes de que usted a punto del coraje lo prive de la vida o se la priven a usted y termine, según sea el caso, encerrado por intentar defenderse de ese alguien al que un día amó. Adieu.