“Demagogia mesiánica”

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No hace muchos días se detuvo en los Estados Unidos a quien se denominó a sí mismo “Apóstol de Jesucristo”. Era un demagogo consumado, experto en palabrerías y con un modelo tan inspirado que hacía aullar a las multitudes. Hizo del Pentateuco como quiso interpretándolo a su antojo. De a poco y con una paciencia de serpiente aguardando devorar a su presa, esperó recibir de sus antecesores ese báculo que le permitiera dominar, con el manto apostólico, a una denominación religiosa mundial.

El caso de este hombre que para fortuna de la humanidad se encuentra tras las rejas, no es un caso aislado. En Waco, Texas, Bonnie y Bobby, padres de David Koresh, jamás imaginaron que habían dado a luz a un hombre que apenas pudo hacerlo, sedujo a una multitud de personas hasta convencerlas de que él y ningún otro, era el verdadero Mesías. Cegados por su “sabiduría” y creyendo que fuera de David no había salvación, nadie dudó en suicidarse cuando su elegido les anunció que el fin de los días había llegado y que con la policía sitiándolos era el arribo del Apocalipsis anunciado. El hombre estaba acusado de abuso sexual, portar armas peligrosas, entre otros muchos delitos. Por mucho tiempo este caso ha sido un referente para ejemplificar a ese tipo de comunidades religiosas cuyos líderes, cuando son descubiertos en flagrancia, se devela una increíble corrupción. Cosa curiosa, con todo y que existan pruebas fehacientes, los fieles dan la vida por defenderlos. Sacan a relucir el mismísimo martirio de Jesucristo para decir que su pastor sufre por el bien de la grey y que por ello merecerá la máxima corona de exaltación en lo más alto de los collados eternos.

La demagogia religiosa y la política, no tienen mucha diferencia. Su objetivo es la seducción y la consiguiente cautividad del oyente. Obligan a la compunción con guante blanco. Utilizan un perfecto modelo de persuasión que tarde o temprano termina modelando una comunidad.

En sí, el halago, la argucia o cualquier otro adjetivo que se le quiera dar a la demagogia, es una característica indeleble en el ser humano. La usamos cuando vamos en busca de la mejor chica del colegio aprovechando el que la verbosidad está de nuestra parte y las posibilidades muy aumentadas. Lo vemos cuando por ser todo un alborotador, tal o cual persona forma sindicatos y es seguido por todos aquellos que se dejaron convencer de que sus ponencias son justas. Vemos mesías fanfarroneando ante tal o cual gerente exponiendo sus capacidades para lograr obtener un trabajo. En sí, el mesianismo es una actitud egoísta y tendenciosa al abuso. Se conocen muy pocos casos de mesianismos sanos.

Mahatma Gandhi fue uno de los pocos hombres que con hechos y mucha sabiduría logró la independencia de su país del yugo inglés. Fue una lucha ajena a las armas y amparada por una sabia elocuencia basada en la justicia. Casos como este no lucen y son poco vistos.

En pleno 2019 México vive parasitado de hombres cuyo espíritu mesiánico sigue seduciendo a lo más torpe de la estirpe humana. El mundo de la política está llena de esto. No es difícil encontrarlos. Un caso muy claro es el del expresidente Felipe Calderón. Su fatídico gobierno de seis años está catalogado como el más sangriento de la historia del México contemporáneo. Su lucha contra el narco fue tan mal planeada que día con día se encontraban cuerpos cercenados, colgados en los puentes y una cantidad impresionante de fosas clandestinas. Apenas terminó su gobierno y todos juraron no volver a cometer el mismo error. Se desterró el PAN del pensamiento mexicano pues luego de seis años tal partido político no tenía, en definitiva, nada que ofrecer. Hoy, tras la vergüenza dejada por un Peña Nieto convertido en un pelele nacional, Calderón ha regresado con un discurso de rescate de la nación en su lucha por derrocar al actual presidente Andrés Manuel López Obrador. Se le ve en mítines arengando a la subordinación y como siempre, los seducidos van tras de él dejando en el olvido los millones de muertos en su sexenio. He ahí el poder del discurso arreglado, de la endulzada demagogia arrastrando a las clases populares que por un bono de despensa son capaces de violentar a la patria.

Evitemos la contaminación no uniéndonos a los traidores de la democracia. No seamos propagadores de violencia, mucho menos seductores de almas vacías y pobres que tras un discurso florido, son convencidas hasta para entregar su virtud. Cuidemos a nuestros hijos de esos falsos pastores que cuando menos lo esperamos, ya llevan al rebaño a sus alcobas. Un discurso verdadero, inspirado y de consistencia divina, puede sentirse, bueno, aunque bien sabido es que hasta el mismísimo satanás puede convertirse en un ángel de luz. Adieu.

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